El argumento de la simplicidad en Wittgenstein y Russell

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Ben Mijuskovic

Resumen

El presente artículo se propone mostrar el papel que juega el argumento de la simplicidad en las tesis de Wittgenstein para dar cuenta de la unidad e identidad del significado en la conciencia (o en el lenguaje) y en Russell, en sus periodos temprano y medio, respecto a la unidad e identidad de los elementos mentales constitutivos del acto de la conciencia. Dicho argumento reza como sigue: la naturaleza esencial del alma consiste en su capacidad de pensar; el pensamiento, al ser inmaterial, es inextenso, es decir, simple; y lo que es simple es (a) indestructible; (b) una unidad; (c) una identidad,
Wittgenstein afirma en el Tractatus que el objeto es simple (2.02), y lo que parece decir con esto es que los elementos constituyentes últimos de la realidad son objetos simples, y como tales indivisibles, no analizables ulteriormente. Por otro lado, “el nombre significa un objeto. El objeto es su significado” (3.203). De este modo, los elementos últimos del lenguaje serían las palabras más elementales o nombres simples y esos nombres, a su vez, entrarían en combinación en proposiciones elementales representando “situaciones atómicas”. Acorde con esto, cualquier lenguaje debe fundarse en último análisis, en nombres, en términos irreducibles e indefinibles; las unidades más pequeñas del lenguaje que, a su vez, directamente denotan objetos, es decir, simples (3.26, 4.221).
Tanto Wittgenstein como Russell asumen algún grado de identidad estructural entre el discurso y la realidad; la asunción crucial aquí es el principio de que la forma lógica correcta es también la estructura de la realidad. Consecuentemente, la ontología de Wittgenstein es una teoría de los contenidos últimos del mundo, un mundo compuesto no simplemente de objetos sino de objetos configurados en hechos que los “representan”, siendo estas representaciones, representaciones “lógicas”.
No obstante, Wittgenstein no logró encontrar un ejemplo de objeto simple a pesar de que durante el periodo del Tractatus tenía la certeza de que tales objetos debían existir. Pero consideraba que el problema de encontrar un objeto tal era un problema empírico, no “lógico”. Un posible ejemplo, a saber, el de la impresión sensible de un color, presenta el problema de si los puntos visuales son extensos o no, pues si lo son, entonces son divisibles y por definición no son simples; pero si los puntos no son extensos, ¿cómo pueden tener un color?
Pero aun si las desventajas de no encontrar un ejemplo claro de objeto simple son considerables, los beneficios de asumir el principio de simplicidad última compensan con mucho dichas desventajas. Si alguien pudiera establecer la existencia de auténticos simples, resolvería también el problema de la unidad e identidad del significado.
Wittgenstein sustituye los conceptos tradicionales de la identidad y unidad de la conciencia por los de identidad y unidad del significado. La identidad y determinación del significado descansa en algo que es intrínsecamente simple (en sentido lógico o metafísico), pues si los nombres no designaran objetos determinados particulares, nuestro lenguaje sería indeterminado, no específico y carente de significado.
Wittgenstein parece confesar en ocasiones que el principio metafísico de que hay simples es una asunción a priori, pero cree que debemos asumir que existen tales objetos así como los nombres simples para no quedar atrapados en las crisis escépticas engendradas por (a) un regreso al infinito consistente en reducir por siempre nombres y objetos a grupos menos numerosos de nombres y objetos, que sigan siendo aun complejos o (b) considerar todos los nombres como circularmente interdependientes, en cuyo caso nos encontraríamos dentro de un “camino de palabras” incapaz de mantener una interacción con el mundo externo.
Concediendo, al menos en el contexto de los argumentos presentados en el periodo del Tractatus, que hay simples, una pregunta parece pertinente, a saber, ¿cuál es el principio último de unidad subyacente a los nombres y objetos complejos? Wittgenstein, supongo, creyó (en el periodo del Tractatus) que así como hay simples absolutos debe haber una correspondiente fuente final de unidad en la mente paralela a la simplicidad de objetos y nombres; una unidad similar a la concepción cartesiana del cogito reflexivo, a la de la mónada aperceptiva de Leibniz, a la unidad trascendental de la apercepción de Kant, o a la voluntad metafísica de Schopenhauer (Tractatus 5.62–5.641; cf. Notebooks, 2.8.16–12.8.16: “el sujeto con voluntad existe. Si la voluntad no existiese, tampoco existiría aquel centro [indivisible] del mundo, que llamamos el Yo” (5.8.16)). En este sentido la mente podría ser caracterizada correctamente como un existente simple esencialmente unificado cuya correspondiente realidad es el objeto simple; y la interacción entre el objeto y la mente sería facilitada por los nombres idénticos, simples, unificados. La mente tendría el poder de unificar diversos simples en unidades estables que llamaríamos objetos complejos; así, Wittgenstein nos dice “esto muestra que no hay una cosa tal como el alma, el sujeto, etc., tal y como la concibe la psicología superficial contemporánea. Una alma compuesta no sería más una alma” (5.5421, cf. 5.62–5.641). En Philosophical Investigations (§ 116, 398, 417, iv), Wittgenstein abandona esta tesis, ya que rechaza cualquier sugerencia concerniente a una “unidad de la conciencia” basada en un paradigma reflexivo de simplicidad entre el sujeto y el objeto.
En “The Philosophy of Logical Tomism” (1918), Russell describía su doctrina como un atomismo lógico, ya que los elementos últimos, indivisibles, el residuo del análisis, eran de carácter lógico, no material. Un grupo importante de estos átomos lógicos eran los datos de los sentidos, y la teoría que Russell formula adopta una pluralidad de átomos lógicos indivisibles y autosuficientes, cada uno subsistente con independencia de la existencia o no existencia de cualquier otro átomo. Con esto se ubicaba Russell en oposición directa a la teoría monista hegeliana del idealismo absoluto que sostenía que la realidad consistía en una realidad simple e indivisible. Lo que deseo mantener, sin embargo, es que cada uno de estos átomos particulares funcionaba exactamente como los portadores últimos de la “realidad indivisible única” del sistema monista, idealista absoluto. Sólo que en lugar de una realidad única, había muchas, una pluralidad de realidades.
En el ensayo bajo consideración Russell se ocupa de “los tipos de átomos a partir de los cuales las estructuras lógicas se componen en última instancia” (p. 189).
En el modelo atomista de la realidad las partes pueden ser removidas sin una violación de la estructura de las partes restantes. En este modelo los átomos, las partes indivisibles, al ser esencialmente simples, son intrínsecamente unidades. Las unidades últimas del análisis de Russell vienen a ser “palabras cuyo significado es simple” (p. 193), y “ciertas palabras expresan algo absolutamente simple” (p. 193), éstas refieren a datos de los sentidos simples. Tómese por ejemplo la palabra ‘rojo’. Con respecto a ella Russell afirma que “en el sentido del análisis no se puede definir ‘rojo’”. Esta es más bien una entidad cuyo significado se conoce inmediata y directamente (identificación del ser y el conocer).
Ya que para Russell las palabras simples que designan datos de los sentidos son intrínsecamente significativas, se sigue necesariamente que ciertas palabras son unidades de significado y, por implicación, poseedoras de significados idénticos en la misma conciencia en tiempos diferentes y (es de esperarse) en varias conciencias al mismo tiempo. Pero surgen ciertas dificultades que conmueven el fundamento de esta concepción; Russell asume que un término ‘rojo’, por ejemplo, que designa un color es, por sí solo, significativo porque se refiere a un dato de los sentidos particular y simple, pero ¿puede ser significativo un dato de los sentidos, por ejemplo, aparte de su contexto relacional con otros colores o, al menos, con otras tonalidades del mismo? En esta concepción russelliana parecería que es posible para alguien ser consciente de un solo dato de los sentidos, es decir, tener un universo consistente de un particular y nada más; pero ¿es esto realmente ser consciente? Un acto de conciencia sin distinción ulterior alguna más bien parece no ser una conciencia en lo absoluto.
Con lo que Russell está comprometido realmente es con una teoría de la conciencia, con una filosofía de la mente que se halla infortunadamente disfrazada para él por su énfasis en una teoría del significado.
Como Russell mismo debió haber reconocido en ese entonces, la unidad del mundo descansa en último término sobre un principio monádico o paradigma de la mente, y su propio compromiso con átomos mentales o “lógicos” comprende necesariamente implicaciones concernientes al carácter monádico de la mente ya que Russell mismo, antes de su monismo neutral, nunca sugiere que los simples como particulares existan aparte de la conciencia. Vale la pena indicar que los datos de los sentidos de Russell, en los trabajos bajo discusión, son tan mentales como las percepciones de Hume y que lo mental parecería ser, en este punto del desarrollo de Russell, inmaterial. Es por ello que Russell decide finalmente que nuestra seguridad acerca de la existencia del mundo exterior es simplemente una creencia instintiva. Russell, al igual que Leibniz o Hume, se hallaba encerrado en el mundo simple monádico del idealismo subjetivo o del fenomenalismo.

(Carolina Pérez y Cicero)

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Cómo citar
Mijuskovic, B. (2018). El argumento de la simplicidad en Wittgenstein y Russell. Crítica. Revista Hispanoamericana De Filosofía, 8(22), 85–103. https://doi.org/10.22201/iifs.18704905e.1976.172

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